Por: Bárbara Silva Vega
Académica carrera de Nutrición y Dietética Escuela de Ciencias de la Salud Universidad Viña del Mar
Estamos en el momento del año en donde empieza a aparecer con más frecuencia la publicidad que incita a realizar todo tipo de dietas y planes de alimentación que prometen ayudar a alcanzar un cuerpo “perfecto para el verano”.
Este tipo de publicidad tiene su base en la cultura de las dietas, que se define como un sistema de creencias que venera la delgadez, ya que considera que un cuerpo delgado siempre es más sano, por lo que promueve perder peso para alcanzar un estatus superior de vida: “cuando pierdas peso vas a ser más feliz, vas a tener más éxito, vas a encontrar al amor de tu vida”, entre otras promesas.
También demoniza ciertos alimentos: “las masas te harán engordar, el azúcar es veneno, las frituras son malas y sólo debes comerlas una vez por semana” y, por último, oprime a las personas que no se ajustan a una imagen corporal supuestamente “saludable”. Esta cultura causa estrés, ya que podemos pasarnos toda la vida deseando alcanzar un ideal de belleza y salud. Genera una sensación de fracaso y culpa cada vez que se come un alimento “poco saludable” o que se rompe alguna regla alimentaria, puesto que supuestamente todo depende de cuánta fuerza de voluntad se tenga y del esfuerzo que se le dedique. En consecuencia, esta cultura de las dietas nos desconecta de nuestro cuerpo, dado que nos alientan a seguir reglas estrictas, como no comer después de cierta hora o tomar agua cuando tenemos hambre para “engañar al estómago”. De esta forma, vamos perdiendo la conexión con nuestras señales biológicas de hambre y saciedad y lentamente perdemos la confianza en nuestro propio cuerpo. Cuando somos pequeños comemos cuando tenemos hambre y dejamos de comer cuando ya estamos saciados, con el tiempo y al ir introduciéndonos desde muy temprana edad a la cultura de la dieta, vamos aprendiendo que no podemos comer siempre que tengamos hambre y que comer ciertos alimentos es malo porque podemos engordar y así alejarnos del ideal de belleza, que es un cuerpo delgado. Coincidir o no con el estándar de belleza del momento, no determina nuestro valor como persona. No nacimos con la idea de cómo debe verse un cuerpo perfecto, lo aprendemos durante la vida, olvidando que la naturaleza es diversa, que llegamos al mundo en distintos tamaños y que todos los cuerpos son perfectos para el verano.