Dra. Marcela Lara C., directora Escuela de Educación de la UVM.
Dra. Sylvia Eyzaguirre T., investigadora del Centro de Estudios Públicos, CEP.
Recientemente fueron socializados los resultados de la última medición PISA a nivel mundial, primera medición internacional en que Chile participa postpandemia. Los resultados efectivamente no sorprenden, pero resultan tremendamente preocupantes. Muestran no sólo los efectos esperados tras la gran crisis vivida, también coloca en tensión el nivel de incidencia de las medidas educativas implementadas con el propósito de atender las implicancias esperadas de una educación remota, con priorización curricular y con efectos socioemocionales que afectaron a las comunidades educativas y a la sociedad.
Análisis más finos develan que los resultados muestran una tendencia a la baja desde antes de la pandemia en la mayoría de los países evaluados, sólo algunos países asiáticos han seguido mejorando. En efecto, la caída global de la OCDE es de 17 puntos en matemáticas, 11 en lectura y 4 en el ámbito de la ciencia. La caída de Chile fue menor al promedio de la OCDE, de ahí que hayamos estrechado la brecha. Esto, sin embargo, no es necesariamente una buena noticia. Lo hubiese sido, si se debiera a un mejor desempeño de nuestros estudiantes, pero lamentablemente se debe a la caída que sufrieron los países de la OCDE.
Esta diferencia en el impacto de la pandemia en los resultados de la prueba PISA es llamativa. ¿Cómo se puede entender que los países de más alto rendimiento hayan sufrido un impacto mayor que Chile? Tal vez la respuesta debamos buscarla en el valor agregado de los establecimientos escolares. En los países de alto rendimiento las escuelas agregan valor a sus estudiantes, de ahí que el cierre de éstas haya impactado significativamente el desarrollo de sus estudiantes. Por el contrario, pareciera que en Chile las escuelas agregan poco o nulo valor, de ahí que prácticamente no se haya notado el impacto en los aprendizajes. De hecho, los resultados PISA nos muestran que los estudiantes del quintil de mayores ingresos fueron los que más bajaron su rendimiento, mientras que los estudiantes del quintil de menores ingresos mejoraron su desempeño.
Chile vuelve a liderar en términos de resultados en América Latina tal como lo viene haciendo hace casi una década. No obstante, esto no implica que los resultados sean mejores o que se logre salir del bajo promedio en relación con los países de la OCDE. Luego, las brechas de género aumentan: las mujeres obtuvieron en matemática 403 puntos en promedio y los hombres 420, once puntos menos que en la medición de 2018 y, en ciencias, las mujeres obtuvieron 436 puntos en promedio, versus 450 de los hombres. En tanto en lectura no se observó una diferencia significativa entre hombres y mujeres, explicada por la baja en el promedio que experimentaron estas últimas. Los resultados PISA muestran que el costo de la pandemia lo pagaron las mujeres. Mientras los hombres en promedio no bajaron su rendimiento en ninguna de las áreas del conocimiento, las mujeres sufrieron una baja significativa. Este triste fenómeno es un llamado de alerta para atender las diversas condiciones en que viven y se desarrollan nuestros jóvenes. Además, se va configurando una brecha cultural relevante cuando los resultados se analizan desde la perspectiva de la migración, fenómeno en aumento en la población etaria que considera la evaluación PISA.
Dispositivos que distraen
Ahora el análisis de variables más explicativas de los resultados, enfatizan en algunos aspectos a los que necesariamente habría que prestar atención si se quiere salir con sentido de urgencia y efectividad del tema. Más de la mitad de los estudiantes evaluados señalan distraerse al usar dispositivos digitales, superando al porcentaje promedio de la OCDE y perciben la existencia de condiciones que afectan la concentración, tranquilidad y el trabajo en su sala de clases, en mayor medida que la OCDE. También emerge de los resultados que tienen una mayor sensación de inseguridad en su establecimiento y alrededores en relación con el promedio OCDE, situación que, probablemente, sea más que una sensación. Todos estos factores han sido suficientemente estudiados por la literatura que busca explicar los aprendizajes en los estudiantes siendo bastantes robustas sus conclusiones: inciden en el cómo y cuánto aprende un estudiante.
Ahora, los docentes resultan altamente reconocidos, donde un alto porcentaje (78%) valora que los profesores se interesan genuinamente por el aprendizaje estudiantil, ayudándolos de manera extra cuando lo requieren. Y el 83% percibe que los profesores ayudan con el aprendizaje de sus estudiantes.
Estos resultados y sus análisis -donde por cierto resulta imperioso integrar otras dimensiones como los resultados de las mediciones nacionales, el ausentismo escolar, los problemas de convivencia ciudadana, la situación de salud de los docentes producto de las condiciones laborales, el abandono temprano de la profesión, el déficit de profesores, etc. – debiera movilizarnos para atender este gran problema de la sociedad y, efectivamente, colocar el tema educativo al centro de las políticas y acciones del Estado de Chile con rigor en términos de sus definiciones, estrategias y efectividad y con pasión para superar las tensiones que afectan a nuestra sociedad.
Probablemente un buen comienzo sea actuar con celeridad en la gestión de estrategias más efectivas como abrir nuestras escuelas (no por pandemia), abrirlas como un espacio real de aprendizajes profundos y con sentido, con menos obstáculos para aprender, donde la gestión escolar debe estar a la base de ello y donde los estudiantes, docentes y familias sean el centro de las iniciativas, tal como lo explican las razones de aquellos países que avanzaron en los resultados PISA.